En memoria de Nacho de la Mata
“A las aladas almas de
las rosas…
de almendro de nata te requiero,:
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.”
de almendro de nata te requiero,:
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.”
Miguel Hernandez.
Elegía a Ramón Sijé.
Hace algo más de 10 años, en concreto un 7 de abril de 2006 saltaba a
los medios, (a algunos, claro) la siguiente noticia: “Un juez paraliza la repatriación de un menor seis minutos antes de que
despegara su avión.” (El Mundo) Poco después, el 23 de junio, una crónica algo
más extensa explicaba que una red de abogados voluntarios defendía que el menor
pudiera ser oído en sus intereses de forma independiente, ante el contubernio
que se daba para expulsarles entre la Delegación del Gobierno y, quien en teoría
debía defenderles, la Comunidad de Madrid.
Detrás de la crónica, los periodistas mencionaban a los jueces, el dictado
de los autos, su trascendencia para otros casos, y casi en un aparte se
mencionaba al abogado de la coordinadora de barrios que había defendido el
caso, que respiraba aliviado al saber que, una vez más, había conseguido
combatir y hacer fracasar a una auténtica conspiración de poderes. Todos
los que no sólo tienen encomendado por ley — sino que además cobran por ello de
nuestros impuestos — defender los intereses de unos niños, no sólo no los
defendían, sino dejaban que se impusieran sus más mezquinos sentimientos
xenófobos con tal de “expulsar al extranjero”, ese mantra obsesivo con el que
respira nuestra Administración y del que otro día hablaremos y que se centraba
en estos casos en un hediondo niño que había tenido el valor de hollar nuestro
sagrado suelo patrio. En la Delegación del Gobierno en la Comunidad de Madrid,
desde algún oscuro funcionario convencido de estar cumpliendo su deber hasta el
más alto Delegado imbuido de obediencia a los supremos intereses de la nación;
los más estudiosos fiscales henchidos de la a veces ingrata labor de defender
el interés público, dispuestos a aceptar cualquier prueba con tal de que diera
por mayor de edad al más impúber infante; los forenses parapetados en su
objetiva e inapelable ciencia, dispuestos a colar por buenos informes
irrisorios calculados desde parámetros falaces; los más probos policías
satisfechos de obedecer las sagradas leyes que ordenan eliminar de la faz de
nuestra cristianísima piel de toro la ofensa de una piel joven pero oscura; la
Consejería competente de protección del menor, de la autonómica Comunidad de
Madrid, presidida entonces por la muy tamayada Dª Esperanza Aguirre, flor
purísima de la ética neoliberal, se conjuraron para hacer lo necesario con tal
de conseguir un objetivo común: amparados en mentiras ignominiosas de la
oficialidad de su oficio y e ignorando la condicionalidad de su condición,
afirmar que en su infinita sabiduría ellos decidían que lo mejor para el niño
era ser expulsado a un país donde ni se le conocía origen ni destino, o mejor
dicho, se le suponía la única esperanza de ser uno más de los nuevos siervos de
la gleba, de los niños de la calle que pueblan las ciudades del tercer mundo. Y
a ver quién era el guapo que tuviera arrestos para discutirles. A ellos.
Pues como en las
mejores películas, apareció el guapo. Alguien que había dejado atrás la opción
de seguir los pasos de su padre en una lucrativa carrera de abogado del estado,
y había preferido, siguiendo el camino de esos subversivos curillas románticos
que no paran de hablar de liberación y de otras tonterías y lo único que hacen
es llenar de pájaros la cabeza de nuestros jóvenes, creerse de verdad lo que
decían de la opción por los pobres, y se hizo abogado de la asociación de
barrios, para defender, de entre lo más indefenso de los indefensos, los
extranjeros, a los más indefensos, los niños sólos. Allí estaba Nacho. Nacho de
la Mata.
Alguno pensará que por
qué no hablo de MENAS, que es el acrónimo de “Menores No Acompañados”, con el
que la Administración, una vez más, nos seduce en la escaramuza del lenguaje.
Pero es que el concepto de “menores” tiene una doble naturaleza relativa, es
decir, además de la evidente, menores de qué, de edad, de una determinada edad,
reflejo por tanto de unos “mayores”, tiende a reflejar una falsa naturaleza
convencional, que se refleja además en la mayoría de las definiciones del menor
como persona que no ha alcanzado determinada edad, y que por tanto, sería mayor
si la convención social hubiera situado esa edad un poco más arriba o un poco
más abajo. El “menor” no es un absoluto que se define desde su situación de
indefensión, uno puede pensar en un menor muy despabilado que tiene más
recursos intelectuales que muchos mayores, o incluso en un muchachote bien
dotado físicamente que a sus 16, 17 o ya casi 18 está preparado para enfrentarse
a la vida. El “niño” sí es un concepto absoluto de alguien necesitado de una
protección exterior a sí mismo.
Y cuando hablamos de
niños extranjeros hablamos de personas que, aunque puedan estar muy bien
dotados física o intelectualmente, aunque en realidad tengan 19 o 20 años, son
niños, porque concurren en sí mismos un cúmulo de indefensiones que los
convierte en un dechado de vulnerabilidad. Y de ahí que el principio de que en
la duda a favor del menor, del niño, no sólo debe ser un principio metodológico,
sino una inspiración material de carácter fuerte.
Y lo de “no
acompañado” es el colmo del subterfugio escondido tras el eufemismo: ¿y qué
pasa si está acompañado? Pues que si su padre o su madre, o su tía o quien sea
que le acompañe no es más que “un ilegal” de mierda, pues tenemos la excusa
perfecta para que la naturaleza de ilegal del familiar absorba mágicamente al
niño, que se convertirá a su vez en otro ilegal de mierda, y del que nos
podremos desentender tan ricamente, porque ya tiene quien se encargue de él, y
como además es ilegal, pues solucionado: ale, a la porra con todos.
Así que lo de los
MENAS siempre me ha molestado un poquito a la altura de las gónadas, y
permitidme pues que hable de niños y de niños solos, y aquí sí podemos poner
todos los sinónimos que queramos, que cada uno sonará junto a la palabra “niño”
profundamente amplificado: desamparado, abandonado, excluido, desprotegido,
separado, arrinconado, aislado, huérfano… pero no me habléis de “no
acompañado”, que entonces lo de mis bajos empieza a ser algo más que una
molestia y entramos en la categoría de cabreo personal, y peligrosamente
transferible.
Como he prometido no
extenderme en cada entrada, dejaremos para otro día un detalle algo más prolijo
de las andanzas de Nacho, de su herencia en la Fundación Raices, y de la
batalla en otros barrios, que la hubo también, y dura, hacia el noreste.
Y PARA MUESTRA UN BOTON:
España reconoce que un chico es menor de edad dos años
después de deportarle
Paco Solans
Del blog "El extranjerista"
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