¿DE QUÉ SE RÍE, SR. MINISTRO?


Nuestro imaginario, eso con lo que configuramos el mundo que nos rodea, ese conjunto de ideas preconcebidas con las que nos atrevemos a pensar que entendemos las cosas, es fértil campo de alegorías, metáforas, y figuras literarias con las que unos forman y otros se deforman. Shakespeare lo sabía muy bien, y mostró cómo un universo de reyes, príncipes y otros nobles era en realidad una caterva de ladrones, asesinos y violadores, escondidos bajo el púrpura manto de la razón de estado. Scorsese, Coppola, David Chase (Los Soprano) o Vince Gilligan (Breaking Bad) colocan a los viejos personajes del teatro isabelino en el contexto moderno del crimen organizado, y en esa sopa crítica nos planteamos si una organización con un superior objetivo autosustentativo no es la esencia común de la mafia/la familia y del estado/la nación.

Si la diferencia es la búsqueda del bien común, se salva al estado de esta odiosa comparativa, pero ¿qué ocurre cuando el estado se presenta en oposición a otros estados, cuando ya no sirve el bien común como coartada, pues éste se identifica únicamente con el propio bien? ¿En qué se diferencia entonces la política exterior de un estado de los tejemanejes de una mafia?. ¿O la defensa de la unidad de la patria frente a quienes quieren romperla? La profunda reflexión que se refleja en ese subgénero de los dictadores latinoamericanos – García Márquez, Miguel Ángel Asturias, Roa Bastos – que inició Valle Inclán, no es sino un análisis de las servidumbres del poder cuando se convierte en referencia de sí mismo. En cada acción, incluso ante las más abominables de sus personajes, uno se pregunta si en la premisa irrenunciable de no  perder el poder hay alternativas. Incluso las biografías de los peores seres que la humanidad ha dado a su recuerdo nos llevan a la pregunta de hacia dónde lleva una ética de la responsabilidad si ésta no se entiende más que como derivada a esa pequeña parte de la humanidad que organizamos en torno a nuestra nación y su estado. Si el estado es Dios, y hacemos a fulano enemigo del estado, ¿no es lo más justo acabar con fulano, trasunto de Satán?. Las formas, más o menos viscerales o planificadas, son, en el fondo, lo de menos. La manipulación de la verdad para atacar a un enemigo político o el genocidio no son – extremas, cierto — sino diferencias de grado.

Es en ese caldo donde se guisan las que he llamado “no políticas” de extranjería. No son políticas porque no obedecen a una planificación racional, sino a una necesidad estomagante de defenderse ante lo que se percibe como amenaza, aunque no lo sea. El miedo que se autojustifica. Algún día hablaré de los consulados y embajadas, el papel que juegan en esto que pretenden presentar como un juego sin reglas, donde las únicas normas son las que interesan en cada momento al dueño del balón.

Sin embargo estas reflexiones hoy me las ha inducido que  en ese marasmo donde la ética personal se disuelve y decanta en el limo pútrido del fondo del lago, bucea, con más o menos agilidad, el siervo, el cumpleórdenes, el engranaje, el cadena de transmisión, siempre evitando que las mareas remuevan el fondo, siempre procurando el funcionamiento de la maquinaria suprema. La banalidad del mal (Harendt), la oscura personalidad de un ministro del interior, sus intrigas, y sus vasallos.
(Seré curioso)
En una exacta
foto del diario
señor ministro
del imposible
vi en pleno gozo
y en plena euforia
y en plena risa
su rostro simple
seré curioso
señor ministro
de qué se ríe
de qué se ríe

(Mario Benedetti)



Paco Solans
Del blog "El extranjerista"

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